Salamanca es una ciudad jacobea singular, con estilo propio, y lo es por varias razones. Comparte el espíritu de Cluny, del romanismo que trajo Raimundo de Borgoña con la repoblación y que está presente en la Catedral y en las pequeñas iglesias. Respira la atmósfera del camino mozárabe, el del sur, la Vía de la Plata, por la que dicen llegó el cuerpo del apóstol Santiago a Compostela y la que utilizó Almanzor para llevarse las campanas de Santiago a Sevilla. Pero, y sobre todo, porque durante el Renacimiento, cuando el Camino entró en crisis y a través de los Fonsecas, nobles salmantinos y arzobispos de Santiago, ambas ciudades establecieron una relación singular, un diálogo entre el granito y la piedra de Villamayor, entre el humanismo y el universo jacobeo.
Se trata de un itinerario que se sustenta en cuatro estaciones: el Puente Romano, la Iglesia de Santiago, la Catedral Vieja y la Casa de las Conchas. Que incorpora también la Clerecía de San Marcos, el Colegio del Arzobispo Fonseca, el Convento de las Ursulas y Casa de las Muertes, para concluir en la Plaza Mayor y el Palacio Fonseca.
Dentro de esta ruta destaca el Albergue de Peregrinos, que situado en la antigua Casa de la Calera, tiene capacidad para 22 peregrinos.